Pouring The Past: The Living Story of Puerto Rico’s Coffee

Vertiendo el Pasado: La Historia Viva del Café Puertorriqueño

En el verde susurro de las montañas centrales de Puerto Rico, el café echó raíces como cultivo y como destino. Traídas por manos españolas a mediados del siglo XVIII, aquellas pequeñas semillas encontraron en el suelo volcánico de la isla una cuna perfecta. Ya para el siglo XIX, sus descendientes —granos arábica de inusual suavidad— eran codiciados en los salones europeos, donde su equilibrio y refinamiento le otorgaron a Puerto Rico un lugar entre las grandes tierras cafeteras del mundo. Pero llegaron las tormentas, tanto climáticas como históricas: huracanes, dificultades económicas y cambios en las rutas comerciales dispersaron esta fortuna dorada, dejando tras de sí no el silencio, sino una promesa pendiente de ser rescatada.


Esa promesa sobrevivió en las fincas sombreadas de la montaña, donde la neblina y el aire fresco conspiraron para preservar el espíritu del grano. En Yauco, la llamada “Ciudad del Café”, colonos corsos tallaron terrazas en las laderas y cultivaron con devoción variedades como Typica, Bourbon y Caturra. Estas aún prosperan en elevaciones frescas, produciendo una taza que canta: acidez brillante suavizada por dulzura floral, susurros de cítricos y cacao, y un cuerpo a la vez cremoso y delicado. Cada cosecha lleva la firma de su terroir, como una carta de amor escrita con tierra, lluvia y cuidado paciente.


Haciendas como Buena Vista y Lealtad permanecen como guardianas de la memoria, con su maquinaria ancestral gimiendo al cobrar vida, como si se resistiera a ceder la música del pasado. Allí, el arte perdura: manos que recolectan cerezas una a una, granos que se secan bajo sombras tenues, y el aroma del tueste flotando como incienso por los valles. Beber un pocillo o un cortadito en Puerto Rico es más que tomar café; es participar de un legado de resiliencia, de tierra y trabajo entrelazados, de una isla que nunca ha dejado de encontrar poesía en el humilde grano.







A. Romero Ríos
Regresar al blog